viernes, 1 de mayo de 2009

Artículo de nuestra columna de fin de semana en Madrid, España





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Año X - Madrid, jueves 30 de abril de 2009


Opinión

Mensaje a Obama desde Venezuela
Santiago José Guevara García (Valencia, Venezuela)


La prueba de fuego ética de la gestión externa de Obama podría estar en Venezuela. Menos importante que el statu quo con China y Rusia, la coordinación en el G-8 y el G-20, el Medio Oriente, Corea del Norte, México, Cuba u otros temas de la hora actual; nuestro pequeño país se ubica en el centro de problemas de orden principista de gran valor, con implicaciones prácticas riesgosas en este nuevo orden mundial marcado por la deconstrucción azarosa y de necesaria “guerra contra una vasta red de violencia y odio”.

En la hora actual, intensificado desde el último referéndum, y con una larga historia de cerca de 10 años de ingobernabilidad democrática, el país es el centro de una desigual batalla entre, por un lado, un régimen cada vez más dictatorial, irresponsable, desestabilizador, propiciador de la violencia interna y partícipe de acciones de claro signo forajido, incluidas sus relaciones con los sectores radicales cubanos, la narcoguerrilla colombiana y su apoyo al programa nuclear iraní y, por el otro, los valores fundamentales de la sociedad moderna: estabilidad, democracia, derechos humanos, instituciones, justicia y progreso y los principios fundamentales de la Constitución.

Venezuela se relaciona con la agenda de Obama en al menos dos niveles: por la vía de las relaciones con Cuba y por su peculiar relación con la teocracia iraní.
La dictadura cubana subsiste gracias a la relación entre los sectores radicales de los gobiernos de Cuba y Venezuela, y no es posible entender la Cuba actual sin sus relaciones con el régimen chavista. De hecho, más allá del fracaso de la pretendida unión de ambas naciones, que anunciaran sus gobiernos hace algún tiempo, hay una intrincada imbricación entre los regímenes, con particularidades preocupantes. Como prueba, los recursos venezolanos otorgan un margen de acción e independencia mayor al régimen y a sus sectores más radicales y la mitomanía chavista relativa a “un nuevo orden geopolítico mundial” es una carta cubana, para aparentar una mayor amenaza a la real, pero en manos de un peligroso creyente en una nueva bipolaridad. Cuba hoy ya no es Cuba, sin el masivo y variado apoyo en las riquezas y facilidades de su relación con Venezuela.

El reciente “juego estratégico” iniciado por la administración Obama hacia Cuba, incurriría en un grave error si no considera los factores anteriores. No es posible una solución al problema cubano que no la incluya también el problema venezolano.
El segundo nivel es más complejo aún. Más allá de las situaciones atribuibles a los sectores radicales cubanos, los gobiernos de Chávez y Ahmadinejad comparten el designio de una geopolítica que hemos llamado “iconoclasta” o “forajida”, en la cual, tras relaciones revestidas de intereses nacionales comunes, se cobijan situaciones y riesgos a contracorriente de las soluciones convenientes para el Medio Oriente y el mundo en general; en los planos de: la geopolítica de la región en la cual se ubica Irán, lo energético, la expansión de los sentimientos y actuaciones contrarias al orden establecido y en situaciones favorables al terrorismo, las guerras de resistencia y las posibilidades nucleares iraníes.

Los manejos ya iniciados por el Gobierno Obama hacia el medio Oriente e Irán, no pueden prescindir del análisis del avivamiento, por Chávez y Fidel Castro, de una geopolítica alterna, perfectamente posible en el cambiante y riesgoso mundo actual.
Para los sectores democráticos, institucionalistas y progresistas venezolanos resulta imperativo proponer al Gobierno de los Estados Unidos y a la comunidad internacional alineada con los valores occidentales, la consideración de la muy particular secuencia de situaciones en las cuales se encuentra involucrado el régimen chavista. Representan una clara violación de nuestra Constitución, cuyo artículo 333º, a pesar de los atentados del régimen, nos obliga a su defensa.

Los efectos de esas situaciones en América Latina ya son conocidos. El observable atasco en las relaciones USA-Cuba, después del paso inicial del Gobierno Obama y la apertura de Raúl Castro, anunciada en Cumaná (Venezuela); el proclamado G-2 de Chávez y Ahmadinejad; el acuerdo minero resultante; la creciente cubanización de Venezuela, que podría permitir a los sectores fidelistas una base de apoyo distinta a Cuba, con mayor potencial desestabilizador y que podría dar la impresión de cesiones del régimen en lo relativo a la propia isla, sin sacrificar su proyecto iconoclasta; etc., son factores de necesario análisis y tratamiento en la particular coyuntura mundial presente.

Los sectores democráticos, institucionalistas y progresistas venezolanos se sienten responsables ante el mundo por los despropósitos del régimen que hoy hace partícipe a nuestro país de situaciones indeseadas en el orden regional y mundial.

Y también se quieren hacer parte de las soluciones. Es una tarea que nos concierne a los nacionales venezolanos principalmente. Pero involucra a todos los arquitectos de nuevas y “firmes alianzas y convicciones” para combatir a los enemigos de hoy y construir el mundo promisorio y estable del mañana.

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